miércoles, 15 de marzo de 2017

Hablemos de Psicología

No me gusta cómo me tratas,
No me gusta cómo
esas palabras tan frías
saltan de tu boca
en los días de tormenta
para amenazarme
con conjugaciones a trozos,
lítotes e hipérboles;
con oximorones mal copiados
de alguna de las obras
de André Breton.

No me gusta que digas y digas
y el Universo muera, y se construya
en Palabras que al final
no dicen nada.

No me gusta que me hables
de lo que necesitas
porque no tienes derecho,
porque en este baile de máscaras
y de intercambios comerciales
soy yo quien define
la prima del mercado,
soy yo el accionista principal,

por eso si pido, seré escuchado.
Y si tú pides, revocaré tus privilegios,
te enviaré a terminar
la tarea
a tu cuarto
donde sí tienes permiso de llorar como una niña,
de hacer tu trabajo de niña,
de hablar tus lágrimas de niña
por ese “amor” que no comprendes,

que no existe.

No me gusta cuando dices
que también tienes cosas que aportar.
¿No ves, a caso, el tamaño de tu pedantería?
Cuando yo pida ser tratado
Como igual: lo digo en serio,
porque conozco El Significado de esas palabras grandotas
que no caben en tu boca de niña
y por eso vomitas.

Pero tú no pides: tú demuestras
que mereces respeto
y eso, eso se llama violencia,
y yo nunca te he tratado así,
porque si lo hiciera
te destruiría

y a lo mejor no quiero destruirte.
A lo mejor te quiero,
a lo mejor me importas,
no sé por qué o para qué,
pero te miras bien, desde este ángulo
combinas con el jarrón de vidrio de la sala,

pero no cuando lloras o reclamas
o pides
o diriges
o piensas
o cuestionas
o debates
o investigas
o me recuerdas que eres
un soldado adulto condecorado
por la supervivencia del más fuerte.

Porque yo, niña, yo soy Inteligente.
Soy Fuerte.
Me sé Fuerte. Y estoy acostumbrado

a ser oído como alguien que tiene la razón.