domingo, 24 de enero de 2016

El Behemoth

El joven entró en su habitación por la noche y reconoció entre las sombras un Behemoth, noble y monstruoso. Asombrado por el reducido tamaño que habia imaginado interminable, se acercó al oscuro rincón donde unos ojos vivos lo observaban. Tuvo miedo, aunque se sintio emocionado, al fin tendría algo que contar. Le acarició la crin y su tacto le pareció familiar, casi humano. “Es mi Behemoth.” se dijo y se durmió. El monstruo lo cubrió, cuando comenzaba a hacer frío.

Había una vez un monstruo que soñó que era una mancha en la pared, de rostro y garras desdibujados. Más allá del muro, la gente del mundo comía y caminaba, contándose entre sí las penas y males del día. El Behemoth soñaba que era todas las personas del mundo. Que había vivido todas las vidas y vivían en él todos los recuerdos; su mente era un huevo gigantesco, pero su cuerpo estaba inmóvil, las alas le dolían, y los otros sólo pasaban y lo confundían con humedad o con tristeza. Un día se despertó, pero el día era más bien noche y frente a él había un muchacho que lo miraba con asombro. No hubo que decir. El Behemoth estaba solo y necesitaba un amigo, así que ocultó las cien hileras de sus dientes y escondió la cara humana entre las crines de fuego.

El joven lo trató con ternura. El Monstruo era amoroso. Siempre en silencio, mirándose uno y otro con caras de niño y lágrimas azules. “¿No duermes?”, preguntó el muchacho. Pero la vista se perdía en la penumbra donde el otro lo miraba. “No.” respondía. “Siempre tengo sueños.” Pero su voz llegaba lejana, del mar, de la montaña, y el muchacho la probaba clara y femenina, con la boca. La mañana llegaba y ambos se despedían sin palabras. El joven cerraba con cuidado la puerta de su habitación. Llegaba cuando no había más luz diurna, de sus diversas ocupaciones, al principio exitado por su hallazgo. “Mi monstruo.” decía; “Mi Principio”. Pero el tiempo y la vida devoraron la euforia hasta que los ojos de la bestia pasaron desapercibidos. El Behemoth no entendió, entonces. Y sin querer, mientras el joven dormía, sin moverse del rincón donde posaba las garras, extendió el cuello; un tallo largo y fuerte de piel endurecida, y acercó un rostro humano, terso, hermoso, de pupilas llenas y labios enrojecidos. Y el otro despertó, sin querer. Bajo su aliento. Se miraron de frente, un instante. Pero el muchacho volvió a cerrarlos y a dormirse. Y el monstruo se quedó solo, en la habitación: más solo que nunca.

Esa noche, el muchacho soñó con una voz que le decía “Tengo hambre.”, pero la voz era de hielo y cortaba, como cien puñales juntos. Despertó sudando, el Behemoth dormía protegiéndose del sol, en una esquina. “Me devorará.” se dijo. “Es un monstruo, al final de todo.” Pero no pudo pedirle que se fuera.

Esa noche, no volvió a casa. Ni la que sigue. A la tercera, volvió y durmió como si no hubiera nada en la oscuridad, como si los monstruos no existieran. Y el Behemoth no dijo nada. Pero no dormía. Y lo miraba y miraba con sus ojos llenos y tristes. Y el joven continuó cuidando de su miedo, creciéndolo en una maceta imaginaria que regaba todas las mañanas frente a su monstruo. Y el monstruo soñaba que todo cuanto veía eran manchas en la pared y que él era un muchacho y una muchacha, al mismo tiempo, que se besaban. Un día se despertó en un lugar nuevo, frío y aislado, pero ya no se molestó. Se echó sobre las garras, plegando las alas, y se durmió de nuevo, esta vez para siempre.
El joven soñó que había una mancha en la pared; una mancha que era todos, también el mismo, y cantaba con la voz de la muerte.