jueves, 10 de septiembre de 2015

Julia

A juzgar por el olor y la densidad del aire, por los cambios repentinos en el patrón de fuerzas "en reposo", adivino que voy en un vagón.
Conmigo viajan más personas, pero yo pienso en el cáncer; en la forma en que las células se reproducen en algún retorcimiento de la fórmula logística.
Pienso en la apariencia de mi rostro y en la ansiedad, en el diálogo que sostienen las dos chicas a unos metros de distancia, sobre un tipazo súper amable y súper partido, cuyo defecto principal es "estar ocupado" por otra mujer.
 De nuevo en el cáncer. En el Fractal de Newton. En estructuras pequeñas, pequeñas, infinitas, diferenciadas con colores que se repiten, unas sobre ellas; como un pájaro que aterriza sin tocar nunca la tierra, muerto hace tiempo de agotamiento.

Pienso en la capa de silencio que flota sobre el ruido, como sebo.

¡Estamos todos tan aislados!

Y algo crece: el  deseo de sentarme en silencio con las piernas cruzadas junto a una hoja en blanco sin promesas. Quiero sacar las Cartas, y que el pasado, presente y futuro sean la cara del mismo destino que aviento en el Tarot.

Pero se quema El Sol. Se queman todos los Arcanos.
El conjunto de Julia.
El afecto.
Crece en mí el cáncer.

La esperanza se borra con las llamas como el celuloide, montado aún en un proyector: manchas de fuego, corte abrupto. La cara y los ojos de la protagonista desaparecen detrás de la luz.

Después de N interaciones, Newton-Raphson no encontró ninguna raíz para el polinomio...