No debes temer a los monstruos.
Mira:
viven en mí.
Hablo su canto y su sombra,
su búsqueda
taciturna,
por el Mar y la Niebla
del misterio.
¿Cuál?
El de todos los días.
El que nos despierta
en las mañanas
más brillante que el Sol,
y nos llama
con la Voz aprendida del amor
y del destino.
Ahora sé
que no debo temer a los monstruos
porque viven en mí.
Soy para ellos
una madre
que los nutre y los rechaza
enviándolos
a un exilio literario
del que vuelven
cuando las luces caen
en el sueño
de las luciérnagas
y las polillas.
Caminan conmigo, al fin.
Viven o mueren
según sea mi deseo,
y el tiempo es el festín
en el que vierten
ríos de agua congelada
de las bocas y los ojos
tristes,
porque son mis monstruos,
y a cambio de su fuerza,
les permito tomar aire
en nuestro mundo y nuestra Realidad.
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