sábado, 9 de abril de 2016
Desierto
No puedo sacarte de aquí.
No puedo: resulta que perdí el mapa,
ése que nos dieron a los dos
al mismo tiempo,
que confundiste con páginas en blanco,
con noches de muchas lunas,
y abandonaste
en algún punto del camino,
porque pesaba mucho.
Porque no tenías las manos
como para malgastarlas
en un mapa,
en cruzar el Desierto;
de arena que tú inventaste
y que yo soñé
y traje conmigo
y vertí
como el reloj que soy, que fuimos
hasta agotarme,
vaciarme por completo
en un océano de ojos con sal
y con luces
que se apagan
en medio de la noche.
Me convertí en lo que NO era,
duermo entre sábanas
que flotan,
y el Desierto me persigue
en las casas, en las puertas
que descubro todos los días
en los mismos sitios,
como si siempre hubiese estado dentro,
no yo de él,
sino él de mí,
y fueses de las criaturas que me habitan
odiándome y sobreviviéndome
de sol a sol
por noches de lunas infinitas,
como la cáscara muerta
en mar de los fantasmas
que soy,
conservada
por la soledad.
Llevo el Desierto conmigo,
la arena me precede
a donde quiera que voy.
No hay mapa
que permita
sacarte
de adentro
cuando no existes.
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