martes, 12 de mayo de 2015

Ezequiel S. - La Habitación

Un día rescaté de una de las pilas un objeto particular. Era colorido, de bordes suavizados y de un material parecido a la  cerámica. Su aspecto era fragmentario y su carácter, quebradizo. Era casi imposible reconstruir con la imaginación su forma original. Recordaba a una especie de vehículo tripulado por personas de grandes ojos negros mirando al infinito;  uno de ellos fijo y roto, hacia mí, adherido a la memoria de otro sujeto diminuto sujetándose del techo. El resto del la figura no estaba, aunque algo el mí que no comprendía me mantuvo buscando los pedazos faltantes como desesperado. Creía encontrar astillas rojizas,  trozos de laca blanca con la misma consistencia, pero eran tan diminutas, tan frágiles que se evaporaban de mis dedos según la desesperación. Sostuve mi hallazgo en la palma de la manob: tibio y triste, terminó de aniquilarme. Me deshice en el llanto que había reprimido desde mucho antes, incluso antes de perder la noción del tiempo en la noche perpetua de Ezequiel, marcada por la llegada de los Caminantes.
Lo coloqué en un claro vacío de la habitación, en el piso, de tal forma que pudiera verlo desde la cama.  La puerta entreabierta dejaba pasar un poco de luz artificial. Afuera, en la sala, el insomnio de mi amigo se consumía en el fuego del delirio.
Los fantasmas no habían mostrado ningún interés en mí, hasta entonces. Me permitían dormir y pensar, incluso buscar explicaciones y posibles salidas. Mientras creía escuchar que Ezequiel murmuraba algo para alguien, sin respuesta, como hacía frecuentemente, comencé a quedarme dormido. En ese estado de sopor entre el sueño y la consciencia miraba la figurita deshecha, su soledad me partía la tráquea con lágrimas de ácido o acero. Creí estar llorando, además de mi angustia, una tristeza ajena; sin despertar del todo, dejé salir de mí un gemido roto y adolorido.

Y vi de pronto una silueta perdida en la penumbra, sentada en sobre el piso, en el rincón más alejado de la cama. Apoyando la cabeza sobre el muro y los brazos en las rodillas flexionadas, sujetaba firme con la mano derecha, el antebrazo izquierdo,  girando la muñeca con los dedos extendidos y produciendo un chasquido periódico con cada vuelta.
No me sobresalté. Creía estar inconsciente y por lo tanto soñando.

Entonces, con una voz limpia y femenina, observó:
--- De toda la basura en esta habitación, tenías que encontrarte precisamente con esto.
--- ¿Cómo dices?
Ignorándome, continuó:
--- Y no es cerámica. Es barro seco.
--- Eres uno de los fantasmas de Ezequiel.- pregunté, aunque afirmativo.
--- No soporto a los tipos que lo saben todo. No guardan nada para el misterio.
--- Los fantasmas no hablan.
--- Algunos sí. Pero pierde el cuidado, no vine a hablar contigo ni a molestarte. Estoy aquí para esconderme. Y tú, para quedarte dormido.

Tenía razón. El sueño tiraba de mí hacia un pozo profundo.
--- ¿De qué te escondes?
--- De las respuestas, mejor no hagas preguntas. En este sitio, pero en otro tiempo, también es 'de noche'. Ahí hay una habitación exactamente como ésta,  con una figurita como ésa,  sólo que sin romper,  en donde duerme una sola persona: yo. O quizá no duerme. Quizá tiene insomnio o escribe sobre un papel, quién sabe. El punto es que ahora estoy aquí porque no quiere estar en 'el otro aquí'. Debe ser el karma, porque vengo huyendo precisamente de la de la figurita para encontrarme con su versión magnificada.
--- Entonces hay una salida...
--- No me consta. Otros dicen que sí. Insisto, yo estoy aquí de paso pero no vengo precisamente de afuera; más bien de un adentro todavía más "adentro" que éste. Allí tu figura aún no se ha roto.
--- ¿Cómo entraste aquí?
--- Más bien, ¿cómo entraste tú?.
--- Afuera hay un pasillo que...
--- No seas ingenuo,  claro que sé de qué pasillo hablas y cómo inició tu historia. Yo la creé. Tengo un dolor espantoso en la muñeca...

¿Qué demonios pasaba aquí dentro con las personas?, ¿es que nadie podía dar una respuesta que no fuera metafórica?.
--- Entonces dime cómo termina,por favor.  Dime cómo puedo sacar a Ezequiel de aquí...
--- No lo sé.
--- Eres un fantasma bastante antipático.
--- No lo sé. Y no soy un fantasma. Pero voy  confiarte algo: ambos queremos sacar a Ezequiel. No me gustaría descubrir que la única forma es sacrificándote.
--- ¿A mí?
--- Ezequiel es una caja fuerte donde escondí algo mío para protegerlo. No estaba seguro en ningún sitio, así que construí éste lugar, para que nada lo alcanzara... Pero yo misma olvidé cuál era la llave y ahora están ustedes dos aquí.  Sé que tú apareciste para buscarla por mí...  Pero no sé de dónde saliste con exactitud...
--- ¿Y la figura Qué tiene que ver?
--- Nada. Me pone algo triste. Y más ver que vino a parar aquí, en este estado. Es mi corazón, el que antes latía. Partido. Como está. Hasta aquí crece la tristeza.
--- ¿Si completo la figura, saldremos de aquí?
--- Déjalo así, es un cabo muerto. Además, el resto lo conserva otra persona y ella no puede entrar aquí. Algo se nos ocurrirá. Algo distinto.
--- Si sabes algo, ayúdanos.
--- ¿Qué tal un sueño para dormir? Había una vez una mujer que encontró una muñeca de trapo, azul y suave, con vida, corriendo por una estación de trenes. La tomó en brazos, era muy pequeña y cariñosa y pensó en guardarla para sí. Sin embargo, alguien más podría echar de menos la muñeca y decidió entregarla a la policía para que volviera con su verdadero dueño. Efectivamente, un hombre corpulento y cerca de los 50 la buscaba con  desesperación. Después de algunos días, la mujer leyó en el periódico que un tipo como el que había visto recién salía de la cárcel. Había conseguido animar una muñeca de trapo colocando en su cabeza una mano de niño resecada con sal: la mano de su hijo muerto. La mujer se estremeció de asco, recordando como en un abrazo furtivo sintió algo tenso y duro en el interior de la muñeca que la sujetaba como 5 falanges diminutas llenas de amor...
--- ¿Y cómo esto hará que duerma mejor?
--- Eso es lo que yo me pregunto todas las noches...

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