martes, 3 de marzo de 2015

Sobre el silencio

Me parece que el sonido es algo sobrevalorado. Igual que la felicidad.
Sin embargo, en mi búsqueda del silencio perfecto no conseguí más que llenarme de ruido.

Una día hubieron de coserme un parche de hule en el ombligo para evitar que se escapara el aire vital. Un doctor invisible dijo que era cosa de familia y que no tendría que pasar a mayores.
Este sería el primer evento de una larga lista de enfermedades anímicas; unas peores, las otras bastante entretenidas, en donde clasifica la crisis del ruido.
Por lo general necesito escucharme en la gente que me rodea, así como otros ponen la radio, y aún haciendo un esfuerzo, porque vivo, escribo y duermo en el ruido permanente, en el *shhh ushh shhu* que respira la Tierra,  a través del Universo, cada vez más desnuda.

Llevo tantas voces conmigo. Todo el tiempo. Unas propias, otras ajenas hablando y hablando. Algunas discuten. Cuando pienso, debo concentrarme para reconocerme el rabo entre las piernas de los transeúntes, buscándome con la vista y el cuerpo al ras de sus zapatos, a gatas.
Murmullos, llanto, me revuelven en medio de la avenida imaginaria; pululan habitantes invisibles que no tienen torso, son apenas el coro de sus pasos, en todas direcciones, en todas las conjunciones verbales, en todos los tiempos. Mis voz, en medio, se oye chiquita, chiquita y debo preguntarme en voz alta "¿qué?" y cortar este silencio, este monstruo atroz en la frontera de mi ánimo, para devolverme al mundo.

Si tuviéramos una balanza y pudiéramos comparar silencio y ruido, ¿Cuál sería más pesado?.
Yo tengo la impresión de que el silencio se suspende, como el sebo de la sopa, sobre un núcleo convectivo; lleno de aseveraciones y dudas en donde flotamos; algunos prácticamente vencidos, muertos por la vigilia.

Somos tan mala compañía para nosotros mismos, cada quien nadando en su caldo primigenio, como si nunca hubiésemos nacido y la muerte no existiera en el vientre marino de la nada. Somos tan mala compañía.
Para nosotros mismos.

En mi búsqueda del silencio perfecto terminé matando el silencio a pisotones; alejándolo de mí hasta convertirlo en la membrana impermeable que me aislaría por completo. Nado y me hundo, sola; tragándome mis propias voces y ahogándome en el grito del tiempo.

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